Hoy, escuchando a María Callas cantando "La Mamma Morta" la he vuelto a recordar.
María era mi abuela. Murió a los 72 años igual que vivió. Sin molestar a nadie.
Echo de menos sus besos-abrazo y su olor a ropa limpia.
Mi abuela no sabía escribir pero era la mujer más sabia que he conocido.
Tanto sufrimiento la hizo conocer mundo y a las personas.
Siempre en su lugar, nunca una mala cara, siempre una palabra amable y un abrazo que te consolaban y te hacía sentir segura entre sus brazos.
Aquel día se despertó con un punzante dolor en sus entrañas. Se levantó y esperó a que mi madre fuera como solía hacer todos los días y le dijo que llamara al médico, que Madre estaba mal.
Tras explorarla, el médico miró a mi madre y moviendo la cabeza cabizbajo, le indicó que debía ir urgentemente al hospital. Ella se negó, no podía dejar sólo a mi abuelo, el enfermo era él.
El dolor apretó de nuevo y se dejó hacer.
Su páncreas se había roto y había que operarla a vida o muerte.
Ella nunca había estado en un hospital y su primera vez fue directa a la UVI.
Una cremallera en su abdomen esperaba para ver si la naturaleza se ponía de su parte y se le podía operar.
Ni una queja. Las enfermeras se asombraban del aguante de aquella mujer de pueblo.
Se despidió de sus hijos uno a uno y también de mí.
Me dijo al oido que me quería y que me acordara de ella, pero no de ahora del hospital, sino de cuando estaba en su casa y me hacía los mejores bocadillos de tortilla que he comido en mi vida.
Y lo consiguió, suelo recordarla siempre con su sonrisa y sus brazos abiertos esperándome.
Menos hoy.
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