Era un ingreso más. Un desajuste de su insuficiencia cardíaca que le había provocado una gran retención de líquidos que no le dejaban respirar. Sabía que en poco más de una semana, los tratamientos harían su trabajo y podría volver a respirar bien. Volvería a casa con 4 ó 5 kg menos y los pantalones se le caerían. Pero un hombre inteligente como él, lo tenía previsto y usaba siempre tirantes. Eran parte de su personalidad, sus tirantes y su don de gentes.
Pero en aquella ocasión, las cosas se complicaron y justo el día que le daban el alta, le subió la fiebre. Fue un viernes, previo a la Semana Santa. Su doctora habitual se había ido de vacaciones. Al día siguiente, ese año caía San José, el día del padre. Se resignó a pasarlo en el hospital, no le quedaba otra.
Su mujer, había estado toda la semana cuidando de él y estaba agotada. Su hija la convenció para que fuera a casa a dormir un rato. Ella cuidaría de él, todo el día del padre.
Lo conocía muy bien y sabía cómo tratarle, pero era siempre su madre la que se encargaba de sus cuidados.
Era un día muy especial y lo primero que le pidió a su hija era que le ayudara a afeitarse y a asearse. Hacía tiempo que había sustituido la cuchilla por una máquina de afeitar para ser independiente, pero se notaba débil y prefirió que fuera su hija la que le afeitara. Con mucho cuidado, ya que ella no lo había hecho nunca, le pasó la afeitadora por toda su recia barba y terminó con un masaje refrescante. Su padre le sonrió y le dio las gracias.
Ella se sentía muy bien porque estaba cuidando de su padre y sentía que la necesitaba. Era un buen momento para darle su regalo del día del padre. Un reloj con correa elástica para que se lo pudiera poner él solo, ya que sus manos últimamente estaban torpes. Le encantó. No le gustaba nunca perder la noción del tiempo y en el Hospital, después de dos días ya no sabes bien en qué hora estás. Por eso, siempre llevaba puesto el reloj cuando estaba ingresado.
Siguió con fiebre todo el día y apenas tenía ganas de comer. Él que siempre había sido un sibarita y que había disfrutado de los mejores manjares y de los mejores vinos, se resignó a comer un puré de lentejas que le trajeron en el menú. Su hija se lo daba a cucharaditas mientras le contaba cosas de sus nietos para que se distrajera y le pasara mejor. Pero pronto, le indicó con la mano que no quería más, mientras movía la cabeza de un lado a otro, diciendo, “esto no va bien”.
Se fue apagando poco a poco. No tenía sentido la vida de esa manera.
Dos días después, entraba la primavera con un día gris, de frío y viento.
Su corazón se paró.
Su nuevo reloj, también.
-
Muy bonito doctora, no debe ser nada fácil mantener esa visión de las personas rodeada de enfermedad. No la pierdas, la necesitamos.
-
Joder. Conmovedor relato. Me he emocionado leyendo cada una de las palabras porque has conseguido transmitir esos sentimientos de lo vivido. Gracias por ello.
-
Meravellós i emotiu relat, con tots les que ens regales.
Gráciles pero endolçar-nos la vida. -
Emocionante revivir lo vivido con un padre,
bonito recordarlos con cariño,
duros momentos en los que ya no están,
pero solo fisicamente, en nuestro corazón
seguiran estando siempre.
Besitos. -
La tierna sensibilidad que brota de tus palabras te denuncian como hija paciente y experimentada en el trato a nuestros mayores. Me han emocionado mucho tus palabras, pues, por desgracia, yo también rememoro hoy a mi padre, fallecido en el hospital.
Gracias por compartir este precioso homenaje.
Deja una respuesta
Con los años aprendemos que un día tiene que llegar ese momento de saber despedir a nuestros seres queridos, pero que difícil se nos hace con solo pensarlo.
Gracias por ser tan comprensible y expresar tus sentimientos de una manera tan bonita.Paqui.