Blog profesional de la Dra. Remedios Más
En: Estilos de vida
6 Mar 2016Está tardando el autobús número 2.
Pero estoy agotada de tanto caminar. Voy a esperar.
Ya está aquí. Subo sola.
En la siguiente parada suben una madre y su hijo. El niño padece hidrocefalia. Su cara tiene un gesto de dolor. De ese dolor crónico, continuo que no te deja olvidar. Parece un poco mareado. Su madre le guía y le indica que se siente en el asiento de dentro. Ella ocupa el contiguo. Le habla con dulzura, muy despacio, como queriendo asegurarse de que su hijo la entiende. Hacía mucho tiempo que no contemplaba tanta dulzura en un ser humano.
Siguiente parada. Sube una señora de más de 70 años. Su gonartrosis bilateral le ha deformado las piernas. Se agarra fuerte a la barra para no caerse cuando el autobús se pone en marcha. Se sienta frente a mí. Le sonrío. Su cara esboza una sonrisa que apenas dura un segundo. Enseguida la mueca de dolor y las manos sobre las rodillas.
Nueva parada, en la Rambla. Sube un señor mayor con el pelo alborotado y aspecto descuidado. Lleva un cajón con ruedas y dentro las cañas de pescar y algunos peces que habrá pescado en el puerto, supongo. Su cara bronceada por el sol y sus ojos entrecerrados me hacen pensar que debe padecer cataratas.
Siguiente parada. Suben un padre y un hijo. El padre con telangiectasias en las mejillas e hipertrofia de parótidas que declaran su etilismo. El niño de unos 7 años, está sollozando. El padre le grita que deje de llorar, que si está con él es porque su madre no le quiere y le ha abandonado. Que se calle y que se aguante. Hacía mucho tiempo que no contemplaba tanta crueldad en un ser humano.
Siguiente parada. Aquí me quedo.
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